Debemos rescatar ese ímpetu de libertad y democracia del que siempre hemos sido protagonistas
A medida que el régimen se siente más debilitado son más las regulaciones y la represión que sobre los ciudadanos lanza, al extremo de afectar a miembros de sus mismas filas. Hemos llegado al punto de sentir que pensar distinto es nocivo para la salud, pero expresarlo a viva voz es una sentencia segura. La AN se ha tornado en instrumento de retaliación política y en un espacio para complacer los mandatos de un individuo que hace años perdió la perspectiva y ya se encuentra tan disociado que no resiste ni siquiera la crítica o disidencia interna, rompiendo así con uno de los principios de un verdadero revolucionario: la autocrítica.
Apena ver cómo los poderes han perdido su autonomía. Absolutamente todo gira en torno a los impulsos de un solo individuo. Representantes del Estado, como la presidenta del Tribunal Supremo de Justicia, los rectores del CNE, los diputados, etc., todos obedecen a las alucinaciones noctámbulas de quien hoy preside. Para Chávez los tres poderes se traducen en él. Él es la encarnación del pueblo y, más allá de presentarse como todo un fenómeno político, raya incluso en un fenómeno psicológico importante de estudiar. Los orígenes del totalitarismo siempre tuvieron el nombre de un demente que, apoyado en una ideología o en conflictos raciales o en la lucha de clases, posee la falsa creencia de transformar la sociedad, tratando así de romper con todo lo establecido hasta modificar la historia para hacerla calzar con sus propósitos. Eso sí, que nadie opine en contra, que nadie se queje, que nadie tenga aspiraciones por encima de las del líder máximo.
Los que apoyan al Gobierno y poseen los instrumentos para comprender el embrollo en el que estamos metidos deberían explicarnos cómo a través de un reduccionismo burdo hablan de la separación de poderes como un tema de capitalismo, imperialismo, socialismo, humanismo y otra serie de "ismos" que hasta los momentos no han logrado dar respuesta a la necesidades reales de la población. Hoy, más que nunca, nuestro país necesita entender qué significa cada espacio de poder que el magnánimo ha copado. Pero, más aún, este país necesita trabajar para recuperarlos. Ese propósito de transformar la sociedad en una masa homogénea e inerte que sólo se moviliza tras los dictámenes del magnánimo no puede conseguir asilo en nuestro país. Debemos rescatar ese ímpetu de libertad y democracia del que siempre hemos sido protagonistas. Nuestro norte debe ser la victoria no sólo en las elecciones del 26S, sino de la democracia sobre el autoritarismo, el totalitarismo y otra serie de "ismos" que tanto daño han hecho al mundo.
A medida que el régimen se siente más debilitado son más las regulaciones y la represión que sobre los ciudadanos lanza, al extremo de afectar a miembros de sus mismas filas. Hemos llegado al punto de sentir que pensar distinto es nocivo para la salud, pero expresarlo a viva voz es una sentencia segura. La AN se ha tornado en instrumento de retaliación política y en un espacio para complacer los mandatos de un individuo que hace años perdió la perspectiva y ya se encuentra tan disociado que no resiste ni siquiera la crítica o disidencia interna, rompiendo así con uno de los principios de un verdadero revolucionario: la autocrítica.
Apena ver cómo los poderes han perdido su autonomía. Absolutamente todo gira en torno a los impulsos de un solo individuo. Representantes del Estado, como la presidenta del Tribunal Supremo de Justicia, los rectores del CNE, los diputados, etc., todos obedecen a las alucinaciones noctámbulas de quien hoy preside. Para Chávez los tres poderes se traducen en él. Él es la encarnación del pueblo y, más allá de presentarse como todo un fenómeno político, raya incluso en un fenómeno psicológico importante de estudiar. Los orígenes del totalitarismo siempre tuvieron el nombre de un demente que, apoyado en una ideología o en conflictos raciales o en la lucha de clases, posee la falsa creencia de transformar la sociedad, tratando así de romper con todo lo establecido hasta modificar la historia para hacerla calzar con sus propósitos. Eso sí, que nadie opine en contra, que nadie se queje, que nadie tenga aspiraciones por encima de las del líder máximo.
Los que apoyan al Gobierno y poseen los instrumentos para comprender el embrollo en el que estamos metidos deberían explicarnos cómo a través de un reduccionismo burdo hablan de la separación de poderes como un tema de capitalismo, imperialismo, socialismo, humanismo y otra serie de "ismos" que hasta los momentos no han logrado dar respuesta a la necesidades reales de la población. Hoy, más que nunca, nuestro país necesita entender qué significa cada espacio de poder que el magnánimo ha copado. Pero, más aún, este país necesita trabajar para recuperarlos. Ese propósito de transformar la sociedad en una masa homogénea e inerte que sólo se moviliza tras los dictámenes del magnánimo no puede conseguir asilo en nuestro país. Debemos rescatar ese ímpetu de libertad y democracia del que siempre hemos sido protagonistas. Nuestro norte debe ser la victoria no sólo en las elecciones del 26S, sino de la democracia sobre el autoritarismo, el totalitarismo y otra serie de "ismos" que tanto daño han hecho al mundo.